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Las emociones son una parte del bienestar psicológico de las personas, éstas son universales e inocuas, aun cuando algunas de ellas son más displacenteras (tristeza, enfado) que otras (alegría, sorpresa). Pero todas ellas cumplen una función muy adaptativa, es decir, todas ellas sirven para algo.

Además, las emociones tienen una duración determinada, esto es, un inicio y un fín, sin embargo, cuando nos asustamos ante ellas o las consideramos inapropiadas, pueden llegar a cronificarse llevándonos a desarrollar un problema psicológico.
Por ejemplo, la tristeza es una emoción natural que aparece antes situaciones de pérdida (real o subjetiva) y nos hace ver qué personas o acontecimientos son importantes. Además, la tristeza activa en los demás una respuesta de ayuda y consuelo. Sin embargo, para algunas personas esta emoción puede ser inaceptable, no apropiada o incluso les puede asustar el hecho de sentirse tristes, lo que consecuentemente puede derivar en activar respuestas para no pensar o no sentir la tristeza como comer compulsivamente, beber o consumir otras drogas, trabajar en exceso, iniciar relaciones afectivas poco saludables, etcétera. Estas formas de responder se aprenden a lo largo de la vida y pueden mantenerse debido a que suponen un alivio momentáneo de la tristeza. Sin embargo, estas mismas estrategias pueden cronificar un estado de ánimo triste. Así pues, huyendo de sentir algunas emociones displacenteras, sin querer, podemos terminar sintiéndonos aún peor.

Realmente una de las principales causas y consecuencias del sufrimiento emocional de las personas tiene que ver con la gestión que han aprendido a hacer de sus emociones, por ello en psicoterapia revisamos estas estrategias, comprendemos su eficacia o utilidad en un momento dado para, posteriormente, ayudar a la persona a relacionarse con sus emociones de una forma diferente, comprendiéndolas, conociendo la historia de las mismas y enfocándolas de otra manera.

Habilidades para gestionar las emociones

Observar e identificar las emociones que tengo: por ejemplo, puedo practicar esta habilidad parándome en un momento del día a pensar ¿cómo me siento? ¿en qué parte de mi cuerpo siento esta emoción? ¿qué ha activado esta emoción que siento? ¿qué significado le doy a esta emoción? ¿qué hago o no hago con esta emoción? ¿dónde aprendí a responder así ante esta emoción?

Expresar las emociones que siento: para ello, requiero de haber observado e identificado previamente las emociones que tengo. Una vez que puedo poner en palabras lo que siento, puedo practicar escribirlas o compartirlas con una persona de confianza. Eso ayuda a, por un lado, «darle voz» a la emoción y, por otro lado, tomar cierta perspectiva de la misma.
Aceptar todo el abanico de emociones: esta habilidad puede entrenarse una vez que observo e identifico lo que siento y en lugar de rechazarlo o evitarlo puedo decir o pensar «Me siento así y es comprensible de acuerdo a lo que he vivido». Reconocer de esta manera una emoción es una estrategia diferente a pensar «No puedo sentirme así» «¿Por qué me siento asi?» «No debería sentir esto», etcétera. Supone por el contrario, una forma de aceptar cómo me siento, sumado a la comprensión y validación de mi emoción («Me siento así y es comprensible de acuerdo a lo que ha sucedido»)
Pedir ayuda a familiares, amistades o solicitar ayuda profesional cuando el sufrimiento sea muy elevado e interfiera en la calidad de vida o rutina de la persona. Estas habilidades son extremadamente útiles para gestionar saludablemente las emociones, pero además, las personas podemos necesitar la ayuda de un profesional quien va a comprender y proponer un trabajo para el alivio del sufrimiento y la mejora de la calidad de vida de la persona.

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